viernes, 27 de agosto de 2010

Acerca del sujeto E-651


ACERCA DEL SUJETO E-651


-          ¿¡Pero es que no lo entiende!? ¡Él tiene un don! ¿Acaso se cree que puede retenerle aquí? ¿¡De veras esto es legal!? – y más tranquilamente - ¿de veras es ético?

-          Continúa sin entenderlo…  – le contesta el doctor,  dotando a su voz de un tono totalmente persuasivo que la pone de los nervios- Esto es ético, es lo que él quiere,  y es su escudo de protección. ¿Se imagina qué pasaría si él estuviera bajo control de alguien, de cualquiera? ¿Es capaz de vislumbrarlo?

-          ¿Control? ¿Y no ES esto tenerle controlado, doctor?


Ambos guardan silencio.





Alexandra González Johnson miró la pantalla de televisión que mostraba la habitación del sujeto E-651, sencilla donde las hubiera: rectangular, paredes blancas. Un sencillo escritorio a un extremo, un sofá en la pared contigua. Opuestos a ellos, una mesilla a un lado y diversos utensilios médicos al contrario rodeaban la cama, camilla o lo que quiera que fuese eso bajo cuyas sábanas se encontraba el chaval.

Respira hondo. Vuelve a encararse hacia el doctor. Vuelve a empezar.

-           Oiga. Ése joven de ahí tiene un don, un don que podría salvar vidas. Lo saben. Me consta que lo han comprobado repetidas veces. Numerosos investigadores lo han visto; numerosos políticos, diplomáticos, empresarios… saben de él. Alguien que es capaz de predecir que habrá dolor…   bien acompañado, sería un Salvador. Y ustedes lo retienen aquí. ¿No pesan, recalco, NO PESAN sobre su conciencia los miles de vidas que podría haber salvado?

En ese instante suena una alarma, un LED rojo se ilumina junto al monitor que contempla a E-651. En su lecho, el sujeto convulsiona bajo las sábanas, y pronto una alborotada enfermera entra allí.

-          ¡Mírelo! – le dice el doctor, mientras sale corriendo de la sala.

Alexandra González Johnson lo observa. El chico da asco. Aun pese a contar con veintiún años, su altura es bastante menor de la esperable. Pero eso no es lo repugnante. Lo que sí lo es es lo asquerosamente escuálido que es. Su piel de tono típicamente musulmán presenta una variación de color absolutamente enfermiza; tanto como enfermizo resulta ver su pellejo, que parece estar pegado a los huesos. En el brazo donde tiene conectados gotero y sangre, un gigantesco moratón rodea el punto donde le han tomado la vía. Sujeto E-651 vomita sangre, y se pone en posición fetal. La diplomática especial de la ONU González Johnson no puede seguir mirándole más sin que sus ganas de vomitar alcancen un nuevo nivel.

Cuando, al cabo de un rato, vuelve a entrar el doctor, su mirada resulta aún más inquisitiva que antes.

Ambos guardan silencio.





-          Nuestra intención – rompe el hielo la diplomática- es rodearle de un equipo capaz. Un efectivo de tantas personas como sean necesarias, con la autoridad suficiente como para poder salvar montones de vidas. Imagínese: poder poner a salvo poblaciones enteras antes de que tenga lugar un terremoto, poder detener a terroristas antes de que cometan atrocidades, etcétera etcétera. ¿Por qué no me permite hacerle esta propuesta? ¡Tiene que oírla!  Si yo fuera él, si tuviera sus capacidades predictivas y no las empleara, me embargaría el sentimiento de culpa por completo.

-          Es decir, que él es la solución a la incompetencia de los gobiernos, ¿no? Resulta que él puede ser el salvador de la gente que vive en lugares tan ruinosos que no puede evitar un terremoto... él, y no los políticos y demás personajillos que no han hecho prácticamente nada para evitar que esos lugares existan, ¿no? Resulta que él es el responsable de que los terroristas asesinen… él, y no la calaña de mala muerte que haya causado los conflictos de turno, ¿no? “Etcétera etcétera” – le repite con sorna, imitándola - ¿En serio pretende cargarle con toda esta culpa? Si es así, puede marcharse. Ahí tiene la puerta.

-          Claro que no pretendo hacerle cargar con ella doctor, eso sería demencial. Pero negar que él es alguien que podría ayudar más que cualquiera de nosotros también es de iluso. No he podido… más bien no he sido capaz de mirarle demasiado rato, pero viendo su estado no me resulta difícil comprender lo duro que ha de ser predecir el dolor. Sé que no soy la primera persona que le hace una proposición por el estilo, pero creo que merece la pena que la escuche, por mucho que él le haya dicho lo contrario… porque se lo ha dicho, ¿verdad? –y sin interrumpirse para esperar respuesta- Estoy absolutamente convencida de que mi propuesta es distinta. Le volveré a repetir la pregunta: ¿No pesan sobre su conciencia los miles de vidas que podría haber salvado si él hubiera aceptado alguna propuesta de las que le han llegado?

Ambos guardan silencio.





El doctor recorre la sala, haciendo oír el sonido de sus zapatos a cada paso que avanza. Aprieta los puños, los vuelve a abrir. Parece estar intentando relajarse. Alexandra González Johnson piensa en el joven. Un joven que nació con la virtud de predecir, horas antes de que ocurra, cualquier clase de dolor de las personas en lugares próximos a él. Un don único en la historia de la humanidad. Un don malaprovechado.

El doctor le contesta broncamente:

-          ¿Y no pesa sobre su conciencia el maltrato al que le someterían? ¿Eh? Hasta anteayer, llevaba diecisiete días sedado para salvarle, de nuevo, la vida. El año pasado, el Pentágono lo secuestró y envió a Irak para “proteger” a la población y sus tropas. En menos de dos días tuvieron que sacarle de ahí. Su estancia coincidió con una de las semanas negras, donde murieron casi trescientos civiles en varios atentados suicidas en un plazo de tiempo muy reducido, que casi lo matan. Hace unos años, una ONG consiguió convencer al entonces adolescente para que trabajara con ellos en Vietnam. Estuvo casi cuatro meses en coma al sentir la llegada del tsunami que acabaría con la vida de cientos de miles de personas. “Etcétera etcétera”… No puede vivir en ningún tipo de aglomeración urbana, puesto que cualquier sentimiento doloroso le provoca sufrimiento. Nunca podrá amar a nadie, no sólo por cómo está su cuerpo, si no por su “don” – esto último lo pronunció con aún más sorna que cualquiera los “etcétera” previos- y el peligro que le entraña un mero desamor. ¿Entiende qué significan sus “predicciones”, milady? ¿Nunca ha conocido a nadie que, cuando va a llover, siente dolor de cabeza? Algo así, pero a lo bestia, es él. ¡Cuando predice el dolor, él sufre! ¡Más dolor predicho, más sufrimiento padecido! ¡Usted sabe que es así como predice! ¿¡Por qué lo omite!? ¡Veintiún años así! ¿Se imagina lo que es eso? ¿Y usted dice que ha visto cómo está?  ¡Él es el puro sentimiento del dolor personificado! ¡Y no tiene la culpa de nada! ¿Por qué cree que no quiere oír más propuestas? ¡Todo aquel que ha tratado con él se ha aprovechado de él! ¿No se da cuenta?

-          ¿¡Y usted QUÉ prefiere doctor!? – Alexandra González Johnson perdió los estribos de forma similar a como los había perdido su interlocutor - ¿mitigar el dolor por intenso que sea de sólo una persona, - dijo esto señalando a la pantalla que mostraba al sujeto E-651- o intentar mitigar el dolor del de miles, decenas de miles, cientos de miles de ellas? ¿QUÉ prefiere doctor?

Ambos guardan silencio.